Os voy a contar una cosa. Recitaba el buscón don Pablos, de Calderón de la Barca, que “toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”. Lo de hoy es el final de una etapa. Marca el despertar de un sueño. Resuena en mi cabeza como el estallido de una bomba, cuyo estertor no termina de acabarse nunca en el silencio. Y cuyos ecos perduran, y perdurarán siempre como algo que pudo haber sido, y que nunca… Es.
Escribo este pensamiento taciturno un mes después de que se publique en el blog. Lo hago un 13 de febrero de 2012. Habiendo reposado todo. Tranquila y sosegadamente. Echando la vista atrás siempre. Y tratando de comprender las razones, las motivaciones y las necesidades que llevaron a no contar conmigo en una empresa en la que no sólo deposité sueños, pero también mis esperanzas, mi futuro y mis conocimientos.
Siempre que aterrizo por primera vez en una empresa, sea de la índole que sea, y siempre que lo hago en calidad de asalariado, mi principal resquemor es tener la certidumbre de por cuánto tiempo les serán útiles mis capacidades y competencias. Marina d’Or es de esas empresas grandes, vastas y complejas, en las que sueñas en trabajar siempre. Ves en ella una oportunidad de poder demostrar que eres capaz de hacer cosas. Pero de hacerlas bien. Como nunca antes. Y tienes la convicción de querer apostar para que tu trabajo y tus conocimientos vayan de la mano y consigan logros sin precedentes.
Nunca me he fijado en la letra pequeña de ningún sitio. Entré en Marina d’Or en calidad de especialista en redes sociales. En un departamento nuevo. Níveo. Inmaculado. En un terreno virgen con más posibilidades de éxito que de fracasos. Un terreno impúber en el que hacer camino al tiempo que las Redes Sociales por poner en marcha.
Nuestra primera tarea, la más importante, la gestión de crisis. Basada siempre en un excelso clima en el que el cliente siempre es lo primero. Teniendo claro que Marina d’Or no es un producto, ni una marca. Sino el destino que muchos tienen asociado con la idea de unas vacaciones de ensueño, descanso, relax, sol, playa y con el mejor balneario de agua marina de Europa.
Decía Churchill que en momentos de crisis cada persona debe hacer solo aquello que sabe hacer, y no otra cosa. Yo llegaba a la empresa como experto en Social Media. Con un extenso conocimiento de la aplicación de las redes sociales a las empresas. Es aquello que sabía hacer, y que sé hacer. Y para lo que estoy seguro fui contratado.
Marina d’Or ha sido el sueño que siempre quise ver cumplido. No tanto por el puesto de trabajo en sí (que también), sino por lo que oyes de ella. Lo que lees de ella. Pero sobre todo, lo que ves con ella. Viviendo entre Benicàssim y Castellón, Oropesa del Mar siempre se asocia a Marina d’Or (y también al revés). Y se encuentra bien cerquita de estas dos localidades.
A mi llegada ya estaban en marcha las redes sociales de Twitter y de Facebook. Tuteladas. Aunque sobre todo había una vigilancia especial en los comentarios de nuestros clientes. Principalmente en los portales de viajes y de turismo. Porque sólo ellos son los verdaderos valedores y marcadores de la calidad de un producto como el que ofrece esta marca de identidad reconocida.
Propuse la puesta en marcha del perfil de usuario de Foursquare. Siempre orientado a la consecución de beneficios. A la viralización. Siempre preocupado porque las ventajas, las virtudes y las fortalezas de la empresa, pesaran más que los inconvenientes, que las quejas (de los clientes descontentos, solventables) y que los descontentos (también de aquéllos, por nimiedades). Luego vino el (profile) de empresa. Y la divulgación de cientos de tips y curiosidades en hasta cuatro idiomas, con los que pretender dar a conocer la marca en la mayor parte del viejo continente.
El tiempo pasa inexorable. Recuerdo de octubre una ponencia que hube de dar sobre las redes sociales para una empresa vinculada al turismo, como la nuestra. Tres meses tan sólo después de haberme incorporado. Antes, participando como Social Media Angel en la iWeekend de Castellón 2011. De la mano de la empresa (claro está). Dejando mi pequeño granito de arena entre personas más expertas que yo, compañeros, colegas. Todos, gente de (demasiado) bien, y de un elevado concepto de lo que es trabajar y colaborar por el triunfo de otros.
Recuerdo mi cumpleaños. Sigue siendo el mismo día que cada año. Pero cuando lo celebras entre compañeros de empresa, y cuando ves que tu trabajo da sus frutos con los éxitos que conseguíamos, resulta cuanto más gratificante el saber que puede (podría) ser el primero de muchos.
Recuerdo el puente de diciembre. Recuerdo las jornadas intensas, a veces de hasta nueve o diez horas. Porque el tiempo pasa demasiado deprisa cuando haces las cosas que te gustan. Me recuerdo en Marina d’Or monitorizando cada paso que daba. Controlando cada día, con el objetivo de tratar de mejorar siempre los resultados. Me veo en el espejo del pasado apostando por una continuidad, igual a la que veía reflejada en otros que presumían de pasear por los pasillos laberínticos, y por los departamentos estratificados, desde bastantes años atrás. Me soñaba con el emblema de la compañía en la solapa. Quería certificar mi permanencia en la primera división de las grandes compañías de este país.
Recuerdo que un 21 de diciembre me llamaban desde Madrid para una entrevista de trabajo como responsable de SMM (Social Media Management) para el día 27 de ese mismo mes. En la semana en que algunos de mis compañeros estaban de vacaciones y me tocaba estar al pie del cañón controlando y velando porque las redes de la empresa mantuvieran su rumbo. Dije que no. No, porque apostaba demasiado fuerte y demasiado alto como para dejar escapar la posibilidad de poder crecer personal y profesionalmente donde de nuevo había echado raíces.
Recuerdo mis vacaciones. En la primera semana de enero. Algo amargas. Preocupado y con una sensación extraña, cuando menos. Pero al fin y al cabo eran mis primeras vacaciones como empleado. ¡Había que disfrutarlas!
Recuerdo cuando me volvía a incorporar a mi puesto de trabajo. Era el 9 de enero de 2012. Dos días más tarde, hoy, me comunicaban, casi a última hora de la tarde, que prescindirían de mí a la finalización de mi contrato. Para eso quedaban dos días. Tres, si contamos el sábado día 14. En mi cabeza escuchaba el eco de mil cristales haciéndose añicos. Y cuando abandonaba el despacho en el que hube de recibir la noticia, las primeras dudas que me asaltaban eran sobre si mi capacidad de trabajo o mis cualidades estaban en tela de juicio.
Un sueño roto en mil pedazos. Una esperanza rota. Y más ahora, cuando hay más incertidumbre sobre del devenir social, laboral y económico en un país también roto y hecho añicos.
A poco analizaba la situación. En un destello fugaz y relámpago. No había sido el destino, pero sí el rumbo de un departamento que necesitaba reorientarse para captar negocio, para asegurarse un nicho de mercado… Para trabajar por unos resultados que ya no necesitaban de los conocimientos expertos de alguien versado en redes sociales. Bajo el paraguas de las redes sociales, la sombra del talento había de dejar paso a la de la mano de obra. Así que era obligado echarme a un lado (o que me apartaran), porque se buscaba más la efectividad que la eficacia. Y porque la eficiencia es un valor en alza, cuando la economía se tambalea. Y estamos en unos momentos en donde verdaderamente experimenta sacudidas.
Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
Igual yo he sido un don Pablos,
soñador de sueños que nunca
han terminado de cuajar.
O que por imposibles,
no he terminado de soñar.
Entrada del 11 (del 13)
Es enero (febrero)
Año 3
2012
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Antonio Vallejo Chanal
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