Me permite tener acceso a todas mis personalidades virtuales.
Cada cinco minutos me actualiza el correo electrónico.
Una… Dos… Tres… Cuento con hasta cinco cuentas de e-mail configuradas en mi terminal.
Pero cuenta con un navegador pobre.
No lo suficientemente potente como para acceder a todos los portales.
No al menos a los que necesito.
Aquellos que versan sobre el #empleo.
A algunos, sí.
A otros, no consigue cargar los parámetros necesarios, y me redirige a un bucle sin fin que termina por agotar la batería.
Eso me fastidia cuando sucede.
Mucho.
Le he instalado algunas aplicaciones de terceros para tratar de mejorar sus prestaciones.
A veces lo consigo.
Normalmente, fracaso.
En lo que sí que no falla es en mantenerme unido permanentemente a mis redes sociales.
A mis otros yo.
A mis dobles digitales.
A aquellos que se encargan de negociar con el mundo de las redes sociales.
A quienes permanentemente están en contacto con amigos virtuales, contactos profesionales y mil cosas más.
…
Las redes sociales…
Este cambio a Castellón ha sido… Repentino. Visto desde un punto de vista indeterminado.
Cuando vivía en Benicàssim, podía tener acceso a Internet a través de la Wi-Fi de la Biblioteca municipal.
Un pequeño periplo diario al pueblo.
Conectado desde las nueve y media de la mañana hasta las dos de la tarde.
Eso, por las mañanas.
Las tardes, normalmente dedicadas a jugar al pádel.
Pero ahora estoy en Castellón.
Lo precipitado de todo esto es que ahora que necesito cosas, algunas de ellas no sé dónde localizarlas.
Toca buscarlas.
En realidad siempre es un poco lo mismo.
Es como la primera vez que me puse a buscar un #empleo.
Se parece a esto.
Nunca sabes por dónde empezar, ni si cuando lo hagas, lo vas a hacer de la forma correcta.
No importa.
Lo fundamental es ponerse a ello.
El tiempo me da la razón en ese sentido.
Al salir de mi casa tengo un objetivo.
He de localizar algún lugar público donde pueda tener acceso a Internet de manera continuada.
Al menos, espero que lo haya de la misma manera que existe en Benicàssim.
Pensándolo bien, si Castellón de la Plana es la capital de la provincia, debiera de tener, al menos, servicios idénticos a las de su cercana vecina.
Primer paso, el ayuntamiento.
Me remiten a la Fundación Bancaja.
Está cerca de un monumento típico de aquí: el Fadril.
Clase de campanario monumental de unos ocho pisos de altura forrados de ladrillo.
Sostén de voluntades.
Clamor de mil voces nunca apagadas.
Me pilla cerca.
En realidad, está a la vuelta de la esquina.
Me confirman en recepción que es posible conectarse… una hora por la mañana y otra por la tarde.
Normas.
Mi cara es un interrogante-admirativo.
No entiendo qué sistema es ese en un momento en que la sociedad avanza a pasos agigantados hacia la Sociedad de la Información.
Acceso a Internet limitado.
Incomprensible.
Inaudito.
Inapelable.
No me sirve.
No queda más remedio que volver y deshacer la vuelta de esquina que hice hace unos minutos.
Regreso al ayuntamiento.
Inquiero.
Pregunto.
Interrogo.
Mi tercer grado obtiene respuesta.
Disponen de Wi-Fi en las bibliotecas.
No en todas.
En tres de ellas, sí.
Sólo en tres de toda la red de acceso público.
E ilimitado.
Esta información parece que me sirve.
Pero hay que comprobarla.
Una de esas bibliotecas me pilla a un paso.
Ponemos rumbo a la calle mayor.
No es que sea muy grande.
La calle.
Su nombre no le hace justicia.
Al menos hoy en día.
Apenas sí un ancho de cuatro metros de fachada a fachada.
La encuentro.
Pregunto.
Me confirman.
Acceso ilimitado.
Horario restringido.
Es lo malo de depender de funcionarios.
Aunque todos tienen derecho a un descanso.
Lo que no me gusta tanto es que el acceso a la cultura dependa del horario de trabajo de algunas personas.
Debiera de ser continuado.
Ininterrumpido.
He de conformarme con disponer de conexión de nueve y media a una y media, y de cinco a ocho.
Menos da una piedra.
Al menos cuento con un lugar desde donde trabajar.
Desde donde poder seguir buscando en las redes sociales.
No está lejos de casa.
Llegar hasta allí me cuesta un suspiro.
Me posibilita deambular por las calles de la villa y señorío de Castalia.
Desperezarme con el olor a café y a pan recién hecho cada día de las cafeterías que te invitan a pasar con sus puertas abiertas de par en par.
Ver despertar a la ciudad mientras mis pasos firmes me llevan a mi destino.
Lo importante es volver a tener rutinas.
Obligarme a tener horarios que cumplir.
No voy a estar siempre sin trabajo.
Y cuando vuelva a trabajar, sin duda habré de mantener una agenda más rígida.
Hoy ha sido un gran día.
Tengo motivos para celebrarlo.
Pero apenas tiempo para hacerlo.
Hay que ponerse a trabajar.
Entrada del 7.
Es febrero.
Año 2.
2011
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Antonio Vallejo Chanal
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