Abatido por la fiebre – Días de lluvia y antigripales

Os voy a contar algo. Hoy no debiera de haber salido de casa. El paseo con Lucca no cuenta. Pero luego de haber regresado con él a casa y de recoger mis herramientas y bártulos, antes de llegar a la esquina de mi calle, me encuentro con una persona con la que semanas atrás hube contactado porque le interesaba que le hiciera algunas colaboraciones para un blog suyo.
Cubana, afincada en España desde hace algún tiempo, en paro, como yo, lleva tratando de poner en marcha varios negocios en Internet que le permitan ganar algo de dinero.
Me contactó a través de mi perfil de Facebook… O quizás fue por el de Twitter, no lo recuerdo del todo. Sí que estoy seguro que fue a través de las redes sociales. Le gustó mi perfil y se interesó porque le ayudara en la creación de contenidos para sus proyectos.
El caso es que esta mañana nos hemos visto. Ella estaba sentada en una de las mesas de la cafetería de la esquina, desayunando un café con leche, con otras dos personas. Y al pasar por su lado me saludó y llamó mi atención para que me acercara.
Estuvimos charlando cerca de veinte minutos allí.
Yo no me encontraba demasiado bien. Febril, cansado, mocoso… No es uno de mis mejores días. Todo hay que decirlo. Me interesaba más llegar al calor de la biblioteca, y esperar a que cerraran para volver a casa. Tenía la idea de que quizás por la tarde ni iría de vuelta a seguir trabajando. Todo iba a depender del estado en el que me encontrara.
Encontrarme con Mylay ha desbaratado un poco mis planes originales. De hecho nos hemos enfrascado en una conversación en la que ha hecho su aparición mi vehemencia, en un intento por dejarle claro de que las cosas no tienen por qué salir como piensa, y que siempre se tiene que tener presente que las cosas pueden torcerse.
Aunque cuando se tiene un proyecto y se cree en él, es difícil ver más allá de nuestras propias narices.
Con esto y con todo, decidió acompañarme un trecho de mi camino diario, aunque por otra ruta. El caso esa seguir charlando de cómo podríamos colaborar. Aportando siempre ideas interesantes y tratando de cerrar acuerdos económicos.
Al final llegaba a la biblioteca una hora y cuarto más tarde de lo previsto.
La sala en la que suelo escribir se encontraba anormalmente desierta. Mis acompañantes cotidianos brillaban por su ausencia.
Me encuentro solo, febril, cansado y mocoso.
Empiezo por revisar mis mensajes de correo. Continúo complaciendo a mis nuevos seguidores de Twitter y devolviéndoles menciones personales en mi línea de tiempo personal, en mi muro de Twitter. Me queda tan sólo echar un vistazo a las ofertas de empleo más interesantes que he guardado en mi bandeja de entrada, y luego buscar las más actuales que se hayan dado a conocer últimamente en Twitter.
Nada. Nada interesante.
Me pesa la cabeza. Tengo muy embotadas mis ideas. Mis pensamientos se abotagan revueltos. Estoy confuso, febril, cansado y mocoso. De hecho no me queda más remedio que acudir al baño de la biblioteca a por un rollo de papel higiénico con el que mitigar la congestión nasal que me distrae constantemente de mis deberes.
Imposible continuar así.
Para colmo, la conexión a Internet se muere. No es algo habitual, pero suele pasar de vez en cuando. Aunque nunca cuando hay tan poca gente conectada. Y hoy estoy sólo yo. Me dirijo a la chica que se encuentra en la entrada. Le comento lo que pasa, como ya he hecho otras veces. En esta ocasión no me hace caso. Pasa de mí. La excusa es la de siempre: ellos tienen acceso a la red directamente desde el cable. Lo que se pierde es la señal Wi-Fi y para ello es necesario reiniciar el router. Hoy le cuesta hacerlo.
No tengo demasiada paciencia hoy. Estoy harto de pedir siempre lo mismo y que me ignore de esta manera, además de febril, cansado y mocoso.
Decido irme tras esperar en la mesa, mirando fijamente la pantalla durante quince minutos y ver que la conexión sigue sin funcionar. No me ha hecho ni caso. Y paso de volver a decirle que no funciona Internet. Recojo todas mis cosas. Me marcho.
La vuelta a casa se me hace larga, eterna, congestionada, febril, cansada.
Una mañana que creo se ha echado a perder. Pero no, no quiero faltar al respeto a Mylay. A ella seguramente le habrá sido de provecho y eso siempre es bueno. A mí me ha faltado tiempo para todo.
Cuando llego a casa, Lucca me recibe como siempre. Sonriendo (sí, los perros sonríen. Cuando abren la boca no sólo es para morder). Dejo las cosas un poco por medio. No me apetece nada más. Busco mi pijama. Enciendo el calefactor y me meto en la cama.
Duermo unas siete horas. Me despierto con el tiempo justo para salir de nuevo con Lucca antes que se haga demasiado tarde, y haga demasiado frio.
La sobredosis de Desenfriol parece haber hecho efecto. Menos fiebre, igual de cansado, y con la misma cantidad de mocos. Pero noto mejoría.
Espero que con el fin de semana la cosa mejore y me restablezca del todo.
Así debe de ser.
Entrada del 11.
Es marzo.
Año 2.
2011

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Consultor y Estratega en Social Media y Marketing Digital. Mentor en redes sociales y marca personal. Escritor. Conferenciante. Formador. HootSuite Ambassador Lat-Am y España. Profesor de comunicación digital y marketing digital. Director de formación y profesor en Escuelas de Negocio y centros de estudios. Asesor de empresas en las Cámaras de Comercio de la Comunidad Valenciana.

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